sábado, 1 de agosto de 2009

El humo que circula en la habitación alcanza a cubrir el aroma seco pero fresco de la sangre.
Mi cuerpo tiembla de adentro hacia afuera y viceversa, cuento hasta tres y respiro...
el miedo alcanza a materializarse en el ambiente.
Nada fluye, el sudor gotea por mi frente, se desliza por mi cuello, mi corazón aún no logra calmarse, no entiende que su lugar está dentro de mi pecho y no por fuera de él.
El no dice nada, guarda silencio, me ve fijamente y luego se queda absorto siguiendo el rastro de sangre en el suelo que llega siempre a mi habitación. Ella llora, respira, suspira, y le ora entre susurros al dios de turno para que la tempestad como ella lo llama, pase de una vez.
Ojalá cierto dios hubiese escuchado.
Me siento sobre la cama y puedo ya alcanzar a ver los golpes en mi cuerpo, zonas de color violáceo.
Un perro tiembla bajo mi cama mientras una voz le grita cobarde y le pide que salga, que el tiempo apremia, que la muerte llama. yo le digo al oido que todavía lo amo, y lo acaricio con los dedos de mi mano derecha.
Parecía que dos de mis costillas falsas estaban rotas, pero fue una falsa alarma, solo un golpe, un golpe seco.
en mi rostro no se ve nada, no pasa nada, el mundo sigue igual noche trás noche, no importa si algo duele, me tomo una cerveza helada con sal y limón, camino y busco un lugar fresco, miro la luna y pienso en los hombres lobo, veo un alma solitaria que transita por las mismas calles que yo recorro, todo de nuevo un cuerpo helado que vive sobre el mundo en los diás de sol y no logra sentir nada...
un grito aterroriza a tres personas ubicadas en un escenario montado para una película de terror de bajo presupuesto, pero nadie corre. Todo se queda en silencio y al apagar las luces todos cierran los ojos, fuerte, muy fuerte y ruegan para perder la consciencia entre el frío de la madrugada y el sueño.